No sabemos quién era este profeta
que se llama Siervo del Señor, que profetizó contra Edom algo después del 586 y
que figura como profeta mínimo entre los Menores, con veintiún versículos.
Para comprender su breve profecía
conviene recordar algunos datos históricos o legendarios. La relación entre
Israel y Edom se remonta según la tradición a los hermanos gemelos Jacob y Esaú
(Gn 25-27), antecesores de ambos pueblos. La bendición de Isaac (Gn 27) refleja
la situación de ambos: Israel o Judá posee la zona montañosa relativamente
fértil, Edom o Esaú habita en la zona esteparia meridional.
Edom vivió en relaciones de
sumisión o rebeldía. A Judá le interesaba la ruta meridional con salida al
golfo de Aqaba y codiciaba las minas del territorio meridional. Según la
tradición bíblica, David lo conquistó (2 Sm 8,13s); se rebeló contra Salomón (1
Re 11,14.25), logró la independencia bajo Jorán (2 Re 8,20-22). Edom guardó un "rencor
antiguo" (Ez 35,5; Am 1,11), quizá por la represalia cruel de David (1 Re
11,14-16). Por eso, aunque el año 594 intentó aliarse con Judá contra Babilonia
(Jr 27,1-3), cuando las tropas de Nabucodonosor asediaron Jerusalén, los
edomitas colaboraron con ellos y celebraron la derrota judía. Esto fue una
espina para los judíos (Sal 137,7; Lam 4,21s).
Contra ese último pecado se dirige
la profecía presente, que en los versos 1-5 coincide en buena parte con Jr
49,9.14-16. Pero en el verso 15 la profecía despega y se levanta a un panorama
trascendente de "día del Señor", con mirada universal y final de
restauración. La visión última conserva su relación con el horizonte concreto de Edom.
El profeta denuncia la espiral de
la violencia, la incapacidad de olvidar errores antiguos. Y al pueblo derrotado
y desterrado le ofrece un mensaje de esperanza.
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